miércoles, 16 de diciembre de 2009

La primera subversión del purgatorio

A diario me levanto, me aseo, me visto y desayuno, tal como todos lo hacen. Mi casa es diferente cada vez. Siempre despierto a la misma hora, invariablemente solo y en un lugar desconocido y cada día más grande. Por instinto siempre busco a alguien a mi lado. Vacuidad. Comienza la caminata para encontrar la ducha, a veces largos pasillos, otras, amplios espacios abiertos; me es indiferente, solo busco lo que necesito. Abrir un guardarropa y elegir entre los absurdos gustos de alguien más, de talla idéntica a la mía. Abrir una alacena y comer lo que haya. Incípido. Al perder gradualmente mi capacidad de asombro, amplifico el tamaño de mi prisión. Tomo llaves y cartera. Salgo sin prisa y miro el número antes de irme, no hay nada alterable en los horarios de trabajo. Tal vez mi mirada se encuentra con la de algún vecino. No nos saludamos; las miradas son las del condenado a vida, no hay dolor o alegría que conmueva genuinamente nuestros corazones. Preferimos mirar hacia los zapatos, que tienen mayor mérito de nuestros actos que la propia voluntad. Nos dirigimos hacia el trabajo, que es el mismo, mas no uno en específico. Tal vez no nos volvamos a ver.

A veces le encuentro en un café o en un cine, a veces en una oficina o un parque, a veces es un hombre, a veces una mujer, no importa. Siempre le encuentro. No le conozco pero sé que es el indicado cuando lo veo por vez primera. Me acerco y le pregunto la hora, los últimos meses preguntar la hora ha sido el motivo para acercarme, realmente no me interesa cambiar eso, siempre funciona. El ingenuo me responde algo a lo que no pongo atención, mejor busco algún detalle en su apariencia para hacer un comentario a veces halagador, a veces desafiante; el cambio de procedimiento obedece más al hastío total que a la búsqueda de algo nuevo. Pues nada aquí lo es.
Debo mantenerle junto a mí, sé que no tiene algo más qué hacer, sé que acaba de llegar y que todo le es nuevo. Su distracción es mi aliada y su ignorancia mi cómplice. Siempre hay un pretexto para seguir juntos, el secreto está en evadir los silencios, le permito hablar y hablo siempre que calla. Digo cosas que le humillan y le hieren. No tiene a nadie más, así que no le queda otra opción más que tolerar. Todos son tímidos al principio. Le hago reír y finjo reír también. Luego, movimiento; no permanecer en el mismo lugar, caminar mientras se platica. Encontramos un lugar para estar un rato. Hablar más, reír más, humillar más, embaucar más. A la hora del almuerzo hay un lugar cerca, en todos lados. Me busco en los bolsillos, yo invito. Siemre hay mucho dinero que no es mío. Movimiento de nuevo, más palabras vacías, no sé si las suyas tienen algo, las mías sólo siembran las respuestas que quiero obtener. Movilidad y estatismo. Comida y dinero ajeno. Palabras y risas falsas. Al atardecer llega un beso, o unas palmadas amigables si se trata de un hombre. Ganar más confianza y embaucar más. Para la cena ya está en mis manos. No quiero, pero debo. Hoy fue una mujer jóven. Caminamos hacia el puente, las escasas parejas que nos encontramos iban hacia lugares diferentes pero hacia un mismo fin. No los miro. Ya era casi media noche cuando vino la hora de silencio. Fue después de un beso. Contemplamos el mar púrpura que se extendía frente a nosotros iluminado por el astro de la noche. Me puse detrás de ella y le susurré al oído -se que lo has pasado mal, pero ya termina. Dio la vuelta y me miró con una intriga temerosa. En el fondo todos saben de qué se trata. La tomé del cuello y la estrangulé durante dos eternos minutos de mirar mis ojos en su rostro desesperado y agonizante. Sé que soy yo.
Hoy regresé a casa y escribí esto, que pasa a diario. Pero hoy es diferente porque en vez de dormir y olvidarlo en algún lugar de esta casa, que mañana será otra más grande y diferente; salí a caminar para aventarlo bajo tu puerta. No sé quién eres, no sé si mañana serás víctima o verdugo. No sé si ya comprendes en qué proceso estás o qué significa esto y por qué se repite. Hoy lo he comprendido yo, y te aconsejo algo: no salgas de casa.

martes, 1 de diciembre de 2009

Nada basta

Hace tanto que no hay un motivo bastante para despertar de un sueño en el que no descanso. El fuego no logra abrasar ni el agua apagar la sed que no llega a matar esos días fatigosos que repiten su insuficiencia; tratando de luchar sin una verdadera volutad contra un dolor que no me puede hacer llorar y si lo hiciera no me llevaría a la paz, que se desgaja a cada instante hacia un caos que no acaba de estallar.
*
Quiero escapar. Y me invento otra realidad que no es lo bastante diferente a la cotidianidad que no llega a hacerme sentir vivo ni me logra matar; entonces lucho con todas mis fuerzas que no son suficientes para llegar a superficie y respirar un aire corrupto que no me puede rescatar, y aún si así fuese no me daría libertad, que se acerca a cada instante, mas no acaba de llegar...