jueves, 30 de abril de 2009

Sofoco

A este guerrero se le pudre el corazón en las manos. Se lo quiere entregar a alguien pero nadie lo recibe. Anda como un mendigo ofreciendo, él mismo se ha condenado a esto pero una vez abierto el tórax y empuñada la entraña sangrante no hay forma de regresar. Hay quien arguye que es demasiado noble para poder poseerlo, demasiado libre para domarse o demasiado simple para importar algo. Siempre es demasiado algo. Pero demasiado es el tiempo que ha pasado en las manos del guerrero, por eso se pudre y el guerrero lo presencia. Presencia cómo se mosquea de humo y su antaño color rojo de carbón encendido se ha empezado a transformar, se convierte en ceniza. Así se les pudre el corazón a los guerreros.
Parece que cada quien tiene un corazón ajeno en las manos, sólo él tiene el propio. Los corazones ajenos florecen y rebosan entre manos delicadas. Para él sólo restan miradas compasivas pero nadie está dispuesto a soltar lo que tiene por algo tan incierto como el corazón moribundo y quemante de un guerrero. Es bien sabido que los guerreros son seres de pensamiento incierto, con el guerrero nada es estable, con un guerrero nada es seguro.
Vacilante de su propia fe y su propia fuerza, yace de rodillas. Otros guerreros dignos, con el fuego del corazón bien guardado en el pecho no lo miran, no merece miradas.
Así pues, este guerrero contempla completo el panorama. El sofoco en sus propias manos y el desdén en las ajenas. Esperar hasta el fin o extinguirlo por voluntad y continuar el camino llenando el hueco con piedras...


Cuando el sol se ausenta, el viento sopla helado al interior de mi celda.